Como si se tratase de un concepto anatómico, el diseño de la ropa interior femenina estudia el movimiento y el equilibrio de materias para aplicarlos a cuerpos generalistas, aunque, como reclamo, lo luzcan medidas que coquetean con el 90-60-90.

La geometría llega para aportar seguridad y no solo disimula los pequeños defectos sino que los convierte en virtudes. Así que lo de estar por encima del peso ideal en relación a la estatura, no poseer una cintura definida o tener un abdomen notorio se convierte para los diseñadores en un reto creativo-matemático.

Así, algodones, crepes, gasas, sedas, licras, guipures, satenes, tules y rasos se cortan y combinan en innovadores patronajes que recolocan los volúmenes de las comunes de las mortales.

Un juego perfecto de arte y sexy

Diseños que dibujan los cuerpos sin principio y fin, como si de una obra de Pablo Palazuelo se tratase, llegando a los límites del minimalismo, en un juego perfecto de arte y sexy.

Las arpilleras de Manolo Millares salen de los cuadros para convertirse en ‘bodies’, de malla transparente, que muestran lo justo y necesario.

La paleta de colores que se lleva debajo de la ropa excede lo romántico y se atreve con la paleta de Mondrián: líneas negras que rodean blancos, amarillos, rojos o azules.

Si hablamos de formas, esta temporada evolucionan hacia la abstracción y acaban encontrando un lenguaje propio traducido en retales que recuerdan al lenguaje de Mompó en los años cincuenta.

Es como si la lencería de lujo saliera de museos y galerías de arte para vestir a una mujer cosmopolita y vanguardista que busca calidad y confort al mismo tiempo y se viste de novedad, sensualidad y colorido sorprendente.

Estampados geométricos sobre tejidos de la más alta calidad y formas que realzan las líneas de la silueta con la determinación de un paisaje de Lindström, curvilíneo, siguiendo la contorsión de cada cuerpo femenino.

En los límites de la alcoba

Culotes, sujetadores y ‘bodies’ se sofistican y parecen querer salir de su escondrijo porque el lujo que desprenden desearía ser mostrado fuera de los límites de una alcoba.

La ropa íntima quiere dejar la intimidad y viajar al mar, y por eso se acompaña de boleros que, de paso, realzan el pecho en un juego armónico de tela y cortes que baja hasta la braguita.

Las transparencias traspasan las fronteras de lo evidente y se ciñen al cuerpo en una segunda piel, ribeteadas de encaje, pero solo en lugares de antojo como el escote, para rematar en un solo tirante, o la comisura del muslo.

La lencería hace del cuerpo, arte. Un diseño gráfico depurado, mezclado con elegancia y tecnicidad magnifica el cuerpo femenino con hábiles juegos de cortes, sin rellenos ni ballenas, en tejidos refinados con un resultado cuidado y rotundamente femenino.

Esta temporada hay un giro de guion en cada diseño, con parámetros de algoritmos, materiales de primera y complicados cruces de tejido que recuerdan a las escenografías de Pablo Valbuena, en las que la mirada recorre las líneas arquitectónicas, donde lo que se ve es lo que se ve pero nada es lo que parece. Puro lujo sobre la epidermis.