Mientras para muchos diciembre es la época más feliz del año, llena de regalos, grandes banquetes y reuniones sociales… para otros esta fecha tiene una connotación más melancólica. No todos tienen la dicha de destapar obsequios juntos a los seres amados o de brindar con una copa de champaña el conteo de las 12, algunos se conforman con presenciar la llegada del Niño Dios en una celda. 

Se reúnen para despedir el año con algarabía, desenredan con ahínco las telarañas de luces navideñas y se acicalan para lucir sus gorritos de rojo y blanco, pese a lo desolador que puede ser su panorama.

Hace falta pasar ocho rejas, tres filtros de seguridad y dos largos y fríos pasillos para llegar al pabellón Esperanza, en la Cárcel Distrital en Bogotá, un complejo que reúne a alrededor de 70 mujeres de las más de ocho mil que conforman la población carcelaria y penitenciaria del país.

En el patio, resguardado por grandes columnas y un piso de asfalto pintado de verde, más de doce mujeres preparan una coreografía para la presentación de fin de año, mientras otras intentan comunicarse con sus seres queridos mediante los teléfonos incrustados en las paredes. Allí todos los días parecen ser iguales, pero para esta época hay un ambiente diferente; afuera las emisoras colocan sus típicos ritmos decembrinos mientras que adentro las directivas del plantel aúnan esfuerzos para vestirse de ‘Papás Noel’.

“Hay nostalgia y ansiedad, pero tratamos de escucharlos y cumplirles sus deseos. Permitimos el ingreso de materiales para que elaboren su arbolito o los regalos para sus familiares; hay visitas extras, traemos grupos musicales y de recreación y para los días festivos tenemos una alimentación especial”, explica Sonia Patricia Peñón Niño, directora de la Cárcel Distrital de Varones y Anexo de mujeres.

Vestida de overol café se acerca Luz Mary Díaz (31 años), una cucuteña que cayó en la drogadicción hace algunos años y que debido a sus ‘Malos caminos’ terminó en el penal hace cuatro meses. Es la primera vez que pasará un diciembre tras las rejas, pero no es
el primero lejos de su familia pues desde hace tiempo decidió tomar el oscuro rumbo de la calle.

“Nadie sabe que estoy acá, ojalá alguien me viera en las páginas de esta revista”. Juega fútbol, parqués, participa en algunos de los talleres de capacitación, como el de productividad, con el que aprendió a tejer; y recuerda con ahínco cómo su abuelito la despertaba cada primero de diciembre con vino y galletas. Promete que una vez quede en libertad irá a visitar a su familia y se arreglará los dientes deteriorados, víctimas del abuso de las drogas, con los que sonríe sigilosamente.

Un poco más temerosa está Alison Castañeda (18), una joven que sueña con recuperar su libertad para culminar su bachillerato y estudiar enfermería. Desde los 5 años estuvo a cargo del Bienestar Familiar, pues nunca se llevó bien con su mamá, sin embargo, estos tres meses en prisión han sido suficientes para darse cuenta del gran amor que le profesa.

“El final del año va a ser muy triste porque quería tener detalles con ella y mis hermanos… pero uno mismo se labra su destino. Gracias a Dios me estoy dando esta oportunidad para aprender y para volver a comenzar”, confiesa con unos hojos llenos de vida. Y con ‘más’ experiencia y no por esto menos humana, apareció Belkis Mina (23), una morena austera que este año cumplirá cinco diciembres tras las rejas.

 Su sonrisa de oreja a oreja deja entrever la fuerza de una mujer que quiere sentar un precedente: “Un llamado a esa sociedad de afuera que tiene pensamiento errado, que cree que aquí somos animales. Aquí hay seres humanos que sienten, lloran y piden a gritos una segunda oportunidad”.